En Viento fuerte (1950), la novela que abre su trilogía bananera, Miguel Ángel Asturias construye el mito de la revolución guatemalteca (y americana). En los tres registros de la novela encontramos la causa, la justificación, y la gesta revolucionaria que en su épica aúna un principio mítico con un fin histórico. El primer registro que usa Asturias es el que acababa de inventar en Hombres de maíz (1949), la voz del mestizo rural, el nuevo indígena, que será el hombre nuevo de la revolución, enajenado por las prácticas deshonestas de la Tropical Bananera S.A. y sus aliados. “Embrutecido”, dice Asturias en una entrevista, privado de su “horizonte espiritual” para explotar su trabajo. Este nuevo indígena, echado de sus tierras, victimizado, que buscó subsistencia en el calor insalubre de la costa, terminó atrapado por el monopolio, esclavizado, tísico, sifilítico, alcohólico, con el alma alterada como el paisaje. Paralelamente conocemos a los estadounidenses, aliados con la oligarquía corrupta, aislados en sus búngalos, y dirigiendo la empresa desde sus palacios del norte, todos narrados con un realismo que a veces es Frank Norris y a veces Scott Fitzgerald, que nos muestra el lejano imperio verde del dinero, el mundo de aquellos que se benefician del fruto de la tierra sin trabajarla. La solución que se ofrece es el sacrificio de la revolución. Harto, Hermenegildo Puac se sacrifica por la liberación, para que el Chamá Rito Perraj, que trasciende al tiempo, invoque la fuerza mítica de la naturaleza en una liturgia que es a la vez mural maya y pancarta socialista. La destrucción apocalíptica que produce el huracán de la revolución es también el retorno al equilibrio.