La poesía se escribe como tallando un impalpable bloque de futuro, como colgando de las manecillas de un reloj que se mueve en múltiples direcciones. La poesía y el poeta penden sobre esa tenebrosa línea que separa al infinito de lo otro. Se escribe, simplemente, con la ceguera de un niño que se palpa el cuerpo y con su tacto inventa al mundo, con la certeza de que la poesía más que letra es vida, y que esa vida danza continuamente a nuestro alrededor.
Luis Cardoza y Aragón (Antigua Guatemala 1904 – México, D.F. 1992) plantea esas condiciones y con su trabajo poético las resuelve. Grande es la riqueza de esas marcas extraordinarias que coloca en la piel de la literatura, producto de la inmensa duda que lo persigue siempre. Existe en su poesía una necesidad de generar nuevos mundos a partir de la palabra y el sonido. Las cosas, para Cardoza, significan tanto lejos de sus nombres que se vuelven nuevas dentro del hermoso espacio de su creación. Poesía plástica, sonora y luminosa; suficiente y necesaria para revelar el asombro ante la vida y lo que ella esconde.
En este volumen, que reúne la obra de un poeta capital de nuestro idioma, aparecen las primeras manifestaciones de un mundo único y alucinante. Libros fundamentales como Luna Park, Maelstrom, Cuatro recuerdos de infancia, El sonámbulo y Arte poética, dan cuenta de las preocupaciones de un creador imprescindible de aquel siglo que él mismo bautiza a partir de sus dos incógnitas: XX.