Como un pobre ermitaño que tuviese en su gruta una encendida lámpara de luminosa plata, tengo yo, siempre ardiendo en oro y escarlata, una divina lámpara, para guiar mi ruta.
Una divina lámpara que respetan los vientos más acres del dolor, del vicio y de la duda, lámpara que en la noche con su fulgor me escuda y fecunda mi sombra con claros pensamientos.
No puedo saber cómo, siendo lámpara inmensa, está, sobre el brocal de mi alma, suspensa...
¡Pero yo no interrogo, porque yo sueño y creo y me explica el milagro mi fe, cual ella, eterna:
-esta divina lámpara que en mi interior ideo, es Dios: es Dios la lámpara que alumbra mi existencia!