La poesía guatemalteca que ha logrado traspasar la difícil frontera de la trascendencia, lo ha hecho a través de su fuerza, de las ideas que la sostienen y del destierro; ese destierro en que la poesía eleva anclas y se aleja de la realidad para crear una paralela. Isabel de los Ángeles Ruano elevó esas anclas, cortó las amarras y se convirtió en una de las voces que marcan el paso de nuestra literatura como una de las fronteras más potentes que separan a la realidad de la realidad poética que habita entre muros, entre líneas.
"Torres y tatuajes", libro que compila buena parte de una obra poética fundamental, es uno de esos monumentos de la palabra que se yergue como faro en que la luz del lenguaje devela poco a poco vastas formas que se agitan entre la niebla de nuestro mapa poético, tiniebla en la que se han gestado cuerpos luminosos como la poesía de Luis Cardoza y Aragón o la intensa lírica que destila la prosa de Miguel Ángel Asturias.
Los tatuajes de estas páginas son las marcas de una búsqueda que hace del poeta un brújula apuntando siempre hacia algún espejismo de la verdad. En ese camino el lenguaje se vuelve huella sobre la monotonía de lo real y convierte a las palabras en manifiestos de los grandes misterios, los temores y las dudas. Las torres, en cambio, son los hallazgos que Isabel de los Ángeles Ruano ha construido, las columnas de certezas desde las cuales vigila las realidades paralelas que, con el fuego de la forma y de la idea, delinean los accidentados paisajes de la literatura guatemalteca.
Carmen Lucía Alvarado
