Carlos López —implacable perseguidor y revelador de erratas—, ha hecho de su placentera obsesión perfeccionista el cimiento de una impecable labor editorial y literaria que asusta por su rigurosidad, así como una fuente inagotable de humorismo refinado y de ironía y sarcasmo carnavalescos. Desde aquí se regocija tanto de los actos fallidos de la «aristocracia del talento» como de sus esforzados simulacros populares. Para muestra, este libro: un enjundioso compendio de falencias, un sonriente catálogo de resbalones verbales, una vistosa colección de mariposas clavadas a su belleza errónea por el aguijón de este inclemente maniático justiciero que recorre el mundo imponiendo el orden de la palabra en todos los páramos en los que la mano del hombre ha osado poner el pie.