Los cuatro libros de las Geórgicas de Virgilio conforman un poema sobre el trabajo de la tierra, con atención a los cereales, a las viñas, al ganado mayor y menor y a las abejas. Son también un himno a la vitalidad de la naturaleza: un himno impregnado de sentimiento religioso, que, sin desdeñar los menudos detalles de los seres vivientes y de las tareas del campo, se eleva desde allí a la contemplación de las leyes que gobiernan el mundo.
Por eso no es sorprendente que culmine con el mito de Orfeo y Eurídice, imagen del trágico deseo humano de vencer a la muerte.
Virgilio no oculta la dureza del trabajo que la tierra impone al campesino: sabe cuánto se agrietan las manos que empujan el arado o cardan la lana, los labios que castiga el frío o la sed; puede ver cuántas veces resulta inútil el esfuerzo, porque tormentas, plagas o sequías arruinan la obra de bueyes y de hombres. Pero sobre la fuerza ciega de la naturaleza, el labriego puede, en cierta medida, imponer su designio. Y aun cuando no lo consiga, sabrá reconocer al menos, mediante su inteligencia, que un orden superior sostiene y conforma el Todo.
Acaso este libro intenta responder a una pregunta crucial: ¿podemos amar la vida, aun con todos sus afanes e ingratitudes? Cuanto más sincera es la pintura del dolor de vivir, tanto más ha de emocionarnos que la respuesta sea, a pesar de todo, afirmativa.