Contrario a lo que sucedía en la ciudad, en el campo la gente solo era extrovertida el día del santo patrono del pueblo o el día de la independencia. El derroche de fuegos artificiales y la relativa fanfarria ocultaban los eventuales excesos en contra de la moral. Y solo hacían alharaca en oportunidades en las que había que demostrar la vocación hospitalaria de la comunidad, como cuando recibían visitantes foráneos: equipos de futbol regionales, misiones donantes o benefactoras, técnicos agrícolas... Fuera de eso, se mostraban serios y recatados. Nadie podía imaginar que fueran capaces de algún relajamiento moral o de un acto de libertinaje, mucho menos de extravagancias mundanas.