Quienes están al tanto de la escena política guatemalteca reconocerán que el modelo real de la protagonista es la "escandalosa" Rosalina Tuyuc, activista política indígena que llegó a ser diputada y cuya costumbre de amamantar a su hijo durante las sesiones del congreso ha aumentado su fama y notoriedad. En este caso de ficción, sin embargo, el público urbano y ladino ha tenido suficiente. Tuyuc (doña Fina) ha llegado a la corte y enfrenta la posibilidad de una larga sentencia de prisión por su audacia en quebrantar códigos legales, de salud y laborales. Pero si la sentencia es absurda, es a propósito. / La dramaturga hábilmente utiliza el escenario para burlarse del racismo elitista de su propia clase social y de sus antecedentes étnicos. Y uno no tiene que ser un ladino promedio, ni maya, ni siquiera extranjero de larga estancia en el país, para darse cuenta de lo que se está haciendo en ella. / El absurdo de la obra es que es un drama dentro de un drama. Obviamente cada uno conoce su parte en esta corte montada a propósito -la defensa tiene su discurso, la fiscalía la contundencia de sus cargos, el juez sus legalismos y el jurado su veredicto predeterminado-. Sólo doña Fina está insegura de a dónde puede llegar todo eso y cuando se atreve a cuestionar sus roles, todos, simultáneamente, se sienten impactados y ultrajados y toda la fachada se desmorona.