Solo las almas heridas que buscan renacer, aquellas que indagan incesantemente el significado de la vida dentro de sí mismas, aun sabiendo que carece de lógica; serán aquellas que naveguen entre es-tos versos en busca de un salvavidas que los mantenga a flote en el océano de calumnias e injurias que absorben hasta el último suspiro. Porque a pesar de las vicisitudes, cada uno de nosotros alzamos la voz, incluso en soledad, ya sea de pie, de rodillas o en el lecho, para susurrar o gritar desde las entrañas que «no habré de ser caudillo / ni mártir / habré de labrar / con cada desilusión / convertida en piedra / un puente / para caminar tranquilo / por el palacio en ruinas» y observar con curiosidad la creación de otro yo. Paola Méndez-Moreno En esta oportunidad el autor se lanza con audacia desde su expresión escrita y enuncia con valentía el trastorno que le provoca el secreto detrás de las palabras que nunca son lo que dicen. El afecto y la transformación del yo poético lastimado, cargado de melancolía, de amor pasional y de ira va dejando huella desde el llanto hasta un tenebroso silencio. El cuerpo físico como sujeto pasional, a lo largo de la obra, despliega un sentido concreto que se encamina a lo universal abstracto. Es interesante encontrar secuencias periódicas entre sufrir, hacer sufrir y experimentar el goce, que cuestiona cierta inclinación paradójica de la pasión en contra del otro y de sí mismo. Carolina Pineda
