Narrativa Iberoamericana
Narrativa Completa
Hernandez, Felisberto
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Felisberto Hernández debió aprender a narrar lo que no puede ser contado, lo que no puede siquiera ser interpretado, para que la narración comience una y otra vez. No se proponía narrar lo que sabía, sino lo que no se sabe: narrar el misterio. Ese misterio podía estar en un objeto largamente observado, que fuera como una cara amada: que fascine, que hipnotice, incluso que obsesione. Las historias de Felisberto son las más extrañas que se puedan concebir, por eso, como dijeron de él, "no se parece a ninguno". Son historias de deseo con las cosas que apenas ocultan un deseo erótico, tan parecido al deseo imperioso de escribir y la voluntad de narrar. Escribió libros sobre recuerdos de infancia que se abren a otros recuerdos y a otros y a otros como un conjunto de cajas chinas; cuentos extraños de hombres cuyos ojos comienzan a dar una luz verdosa y pueden mirar en la oscuridad o de balcones que son celosos como amantes; historias de un hombre que llora sin motivo lágrimas de cocodrilo, o de una dama enorme que hizo inundar su casa y la recorre en bote mientras relata sin cesar su vida. Escribió fragmentos, relatos que retornan, ocurrencias, fábulas absurdas y trató de saber qué era un cuerpo, qué era un yo, quienes eran esos dobles que parecen espejos vivientes y errantes en un mundo de claroscuros donde el silencio tiene el espesor de un desierto nocturno. Su escritura es un acto de amor posesivo sobre las cosas que los nombres tocan o que inclusive crean, como el lenguaje tentativo de los niños que inventan una lengua secreta. Felisberto Hernández aspiraba a inventar algo más: la lengua del secreto.