La miopía de Europa y Estados Unidos por no querer ver el racismo como una corriente soterrada bajo comportamientos o actitudes “políticamente correctas” ignoró que está permanece latente en todas nuestras sociedades. Mantiene la falsa esperanza de que se podía paliar con la multiculturalidad o la interculturalidad y nos ha llevado a enfrentarnos -improvisamente y como quien despierta de una pesadilla- con un racismo manifiesto y brutal. Racismo, primordialmente conducido y expresado por el Estado y los partidos políticos, cuya máxima expresión la ofrece Estados Unidos y su actual Administración.