El Flaco presenta una parte de Guatemala poco conocida. Pueblos de la costa Sur, con sus mercados olor a marisma, sus pequeños parques con transeúntes lánguidos que vienen de cualquier parte. Allí, en ese laberinto social, dentro de la pobreza acatada y sumidos en una religiosidad supersticiosa, a ratos quimérica, el autor logra describir un grupo de aficionados al boxeo alrededor de un muchacho que promete. Lo ven crecer, lo animan, lo admiran hasta el arrobamiento, pero la violencia se expande a su vera.
Esta atmósfera de boxeo amateur nos muestra los extremos de un deporte de apuestas, con su fauna de engatusadores y corruptos, en una comunidad que parece haber esperado al peleador desde siempre. El carácter misterioso, perfeccionista y cerrado del pugilista, logra una simpatía que dignifica un mundo perturbado donde sólo sobrevive la amistad sin límite.
El estilo directo y detenido en la acción, se sostiene sobre una estructura narrativa que intenta relatar más allá de los desenlaces. Se rebela a quedarse en la facilidad de la linealidad cronológica. Nos reta a seguir sobre lo consumado.