Nos enseñaron que la democracia es una invención occidental, que se la debemos a los griegos y que fue perfeccionada en los siglos XVII y XVIII en Europa y Estados Unidos por las élites políticas, económicas y artísticas. No fue así. La democracia nace y vive al margen de los sistemas de poder: tiene mucho más que ver con las comunidades fronterizas (ya sea en la Islandia medieval, en las tripulaciones de los buques piratas o en las confederaciones nativas americanas) que con el aparato coercitivo del Estado. Pues en una sociedad como la nuestra, basada en las desigualdades materiales, el Estado es un mecanismo que mediante el monopolio de la violencia asume la protección de los bienes y la contención de las «masas» a las que la democracia real podría empoderar.