Desde que Pierre Menard, muy al sur de la Mancha, volviera a redactar el Quijote se sabe, o al menos se sabe mejor, que los libros mantienen un diálogo entre sí, aunque los autores no se conozcan. Cabe suponer que el autor de estos Cuentos de la Biblia aprendió muy bien dicha ley insegura que congrega y disgrega a los textos, al escribir relatos presentes y actuales a partir de su lectura enamorada de viejas historias.
