Cuando perdimos el rostro y cincuenta cuentos más con un estilo particular y sencillo, desnuda la cultura de una cruel realidad en la que los conglomerados se individualizan y las personas ante el inminente riesgo del contagio «andando sobre el filo de la navaja», se arriesgan a tratar de sobrevivir; según sus conocimientos pero fundamentalmente por su instinto; dado que, experiencias sobre tal suceso, ninguna tenía; lo cual quedó demostrado, en las erráticas reacciones de los más caros representantes de la ciencia y la tecnología y de los propios gobiernos, quienes, con raras excepciones, supieron tratar de proteger las poblaciones a su cargo, al priorizar la vida por encima de los capitales.
A pesar de las trágicas vivencias y las rudas experiencias, aún algunos conservamos la esperanza de que la humanidad, haya aprendido algo bueno, para que recuerde por siempre, aquilatar los valores de un entorno amigable y seguro, de las relaciones personales y el disfrute de la tranquilidad de cada día.