Yves Tremorin no pudo resistir a la tentación de volver a "estas tierras brujas" del ombligo de América. El fotógrafo había entendido que éstos eran algunos de los lugares "más prodigiosamente fantásticos del planeta". Como en un poema de Miguel Ángel Asturias la atmósfera se llena de cazadores del aire y el pensamiento se convierte en soplo de colores.