'Una de dos: uno se arriesga a ser tragado por la literatura, o a ser tragado por sí mismo. Si se deja tragar por sí mismo, se vuelve loco. Si se deja tragar por la literatura, se vuelve escritor.' El camino de Jean-Marie Gustave Le Clézio va de la locura a la escritura, de la escucha de sí mismo a la del mundo, del torbellino de la palabra al tiempo del relato. El atestado hurgaba en las fisuras de la lengua de la tribu y con ello en los fundamentos de la individualidad. Admirador de Lautréamont, Artaud, Rimbaud, Michaux, la violenta originalidad de sus primeros libros estaba en sintonía con los abordajes del nouveau roman, de Nathalie Sarraute, con los sucesos del mayo francés. Pero en pleno estallido de la revuelta Le Clézio se internaba a solas en la selva, y entraba en contacto con las culturas originarias de México y Panamá: comenzaba su radical viraje hacia las cosas. Es por eso que puede parecer no un escritor sino muchos, autor ubicuo e inasible, pues ha sabido poner la aparente variación de sus intereses al servicio de una invariable sinceridad. La extranjería y el viaje son sus marcas permanentes: el viaje de exploración interior, el viaje del aventurero que sigue las huellas de sus ancestros de sangre y de letra (Verne, Stevenson), el viaje del anti-antropólogo que se empecina en escuchar lo que las culturas que la suya ahogó en esclavitud y sangre tienen aún para decir. Urania es uno de sus libros que mejor lo sintetizan. El geógrafo francés Daniel Sillitoe remonta las fuentes del Tepalcatepec. Descubrimiento de sí mismo, desencantada visita a los estertores finales del discurso revolucionario en Centroamérica, incursión en la vida real de personas reales en una época de multiculturalismo en la que todos son, como el visitante, extranjeros. Entre el viaje de iniciación y la huída, entre las ilusiones perdidas y el retorno crepuscular, el impulso utópico en sí mismo preserva su esencial nobleza. Ariel Dilon (Traductor de Urania al español)