–Respira profundamente –me dijo la doctora María Rosa al escuchar los latidos de mi corazón.
–¡No puedo –le respondí–, sólo puedo respirar rápidamente!
Una vez más mi corazón se burlaba de mí: pitipún-pitipán y andaba a mil, luego a tres mil.
–Sálvese quien pueda –grité.
Mi respiración agitada se había vuelto agitadísima.
Cuando la doctora parece un monstruo al acecho, hay alguien por ahí que sabe domesticar los corazones y alargar la respiración…
Una historia que debes leer y juegos para descubrir todos los matices de los sentimientos en colores.