Tal como los alquimistas medievales se obsesionaron con la piedra filosofal, un sacamuelas sevillano, que llega hasta el virreinato peruano huyendo de la Inquisición, se afana en la búsqueda del gusano de los dientes que taladra las muelas y anida en las encías, precipitando la corrupción del cuerpo y flagelando a los cristianos con una espina del dolor de la Pasión, porque el imperio español de los siglos XVI y XVII era también el imperio del dolor.