¿Una científica genial o una mujer ambiciosa que se aprovechó del talento de su marido? ¿Un ídolo de masas o una persona patológicamente introvertida? ¿Una esposa abnegada o una amante apasionada que destrozó una familia?
Admirada tras ser galardonada con su primer Premio Nobel, compadecida tras la muerte de Pierre Curie y ferozmente atacada tras el escándalo Langevin, fue a la vez venerada en su Polonia natal, aclamada por los estadounidenses y los franceses por el desarrollo de la radioterapia, y minusvalorada por algunos círculos científicos por su condición de mujer.
Marie Curie ha pasado a la historia como la descubridora de la radiactividad, un fenómeno en la frontera entre la física y la química que revolucionó la ciencia. Fue una celosa defensora de sus descubrimientos, pero a la vez tan desprendida que no patentó ninguno. Aunque su lengua materna fue el polaco, estudió en ruso, celebró su matrimonio en francés y pronunció sus discursos más importantes en inglés. Sin embargo, políglota y cosmopolita como era, nunca perdió su identidad polaca. De hecho, nombró el primer elemento químico que descubrió, el polonio, en honor a su país natal.
Amante de la naturaleza, paseó por las montañas, nadó en los mares que tuvo a su alcance y recorrió su vida montada en bicicleta. Trabajó, amó y vivió apasionadamente, hasta que el fulgor del radio que ella había descubierto le robó el último aliento.