Este libro es una reflexión motivada por la perplejidad y el estremecimiento ante el giro experimentado por el espíritu del tiempo, un viraje en virtud del cual la tortura —práctica que, si bien durante muchos siglos mantuvo una estrecha relación con el proceso judicial, desde la Ilustración había sido considerada un tabú absoluto— ha empezado a ser de nuevo aprobada, admitida como un método moralmente aceptable y ejercida en determinadas situaciones.
Este volumen es, también, el resultado de una antigua obsesión sobre la atracción del Derecho por la violencia y la fuerza. Se trata de una relación caracterizada por su doble naturaleza: el hecho de que, por un lado, las conductas reguladas por el Derecho necesiten ser eficaces, y de que, por otro, no puedan prescindir de la pretensión de justicia, provoca que la búsqueda de la seguridad y la certeza, atributos típicos del fenómeno jurídico, se vea enfrentada a una encrucijada, dado que no todo puede ser consentido para lograr la eficacia y la seguridad.
La tortura como práctica incorporada al Derecho supone, por tanto, un desafío para la corrección y la validez que deben sustentarla y justificarla. Adicionalmente, el texto plantea una pregunta existencial que más de una vez nos hemos hecho: ¿qué sería de nosotros como seres morales ante el dolor y el mal radical, ante la figura del torturador?