Una devoción ininterrumpida, a lo largo de mi vida, por el poeta de la música y por la pecadora incomprendida, justifica su aparecimiento. Oí y sigo oyendo con singular deleite la música inmortal de Chopin. Leí con avidez la mayor parte de los libros biográficos e interpretaciones sobre la obra de estos amantes imperecederos, y me impuse la grata obligación de peregrinar por todos los sitios testigos de su amor y tragedia. Sólo Varsovia huyó de mi apasionado itinerario. Mallorca y Nohant fueron tardías en mi álbum de viajero, retrasando así la salida de este pequeño libro, que no podía ignorar el ámbito real de aquellas vidas.