A lo largo de la primera Edad Moderna, el papado desarrolló un papel fundamental en la política europea y en la construcción del Estado moderno. Una estructura que se mantenía como un embarazoso residuo de la época precedente y contra la cual tuvieron que enfrentarse los nuevos organismos políticos si querían afirmar su soberanía delante de cualquier pretensión de poder con vocación universal. La figura del papa-rey, con la simbiosis entre sacralidad y poder, ha proporcionado importantes elementos para la elaboración de una nueva síntesis política. Si por una parte el papado, al concentrar el poder espiritual y temporal en la figura bifronte del pontífice, transpone continuamente elementos sacros sobre el plano de las estructuras estatales y elementos estatales sobre el plano eclesiástico, retorciéndose así en una espiral de decadencia. por la otra, la monarquía papal ofrece al Estado moderno el modelo para incorporar la religión en el interior de la política y para construir las modernas Iglesias territoriales. Ésta es la herencia que –como muestra Prodi en este brillante y ya clásico estudio. el papado de la primera Edad Moderna ha dejado a la Iglesia y al Estado de los siglos sucesivos, hasta nuestros tiempos.