"En el otoño de 1777, la señora Cockburn, prima hermana de la madre de Walter Scott, pasó una velada en casa de los Scott. Al día siguiente escribía al cura de su parroquia: '... Anoche cené con los Scott. Tienen un hijo que es el genio más extraordinario que he visto en mi vida. Cuando llegué, estaba leyéndole un poema a su mamá. No le dejé que interrumpiera la lectura; se trataba del naufragio de un barco. Su ímpetu arreciaba con la tempestad. Apartaba los ojos del papel, levantaba la mano: -¡Ahí cae el mástil! -dice- ¡lo arrancó el cuajo! ¡están perdidos!. Calmada su fogosidad, se vuelve hacia mí: -Es demasiado triste -dice- será mejor que lea algo más entretenido.
Preferí darle un poco de conversación, y le pedí su opinión sobre las obras de Milton y otros libros que el pequeñuelo estaba leyendo. Supo responderme magníficamente. ¿Y sabe usted qué se le dio por preguntarme? Pues: -¡Qué raro, ¿no?, que Adán, que acababa de llegar al mundo, lo supiera ya todo!...- Cuando lo llegaron a acostar, ya tarde, le dijo a su tía que esa señora le gustaba: -¿Qué señora? -dice ella- ¿Quién ha de ser?, la señora Cockburn, creo que es una virtuosa como yo. Querido Walter -exclama la tía Jenny- ¿Qué es eso de virtuosa? ¿Cómo, no lo sabe? ¡Pues es alguien que no se queda satisfecho hasta saberlo todo!.'
Y aquí Mrs. Cockburn llega al punto culminante de su carta: ¿Qué edad cree usted, padre, que tiene este chico? Imagíneselo ya, antes que yo se lo diga ¿catorce?, ¿doce?, pues no, señor. ¡No tiene ni siquiera seis años!."
-Henry Thomas.