En esta segunda década del siglo XXI están cambiando muchas cosas en un sentido en el que no lo esperábamos. El retorno de los populismos de diferente trazo está abriendo algunos caminos que recuerdan mucho al periodo de entreguerras del siglo pasado y que plantean bastantes interrogantes acerca de lo que está por venir.
Donald Trump es un presidente singular, capaz de invertir el modelo diplomático de los Estados Unidos. El periodo de integración europea, que durante décadas supuso un impulso de paz y de bienestar en el continente, se ha comenzado a fracturar, principalmente con la salida del Reino Unido. Los nacionalismos de las naciones con estado ha renacido, resaltando identidades que en pleno siglo de la globalización parecen mucho más líquidas de lo que se afirma; pero han renacido también muy enconadamente los nacionalismos de algunos territorios sin estado, lo que aumenta la fragmentareidad.
La xenofobia y la tentación autárquica han vuelto a las ciudades de Europa, olvidadas ya en alguna medida de lo que supuso en su historia. La crisis económica de 2008 ha aumentado las desigualdades sociales, con efectos todavía impredecibles en el marco político.