Una obra como la de Aleš Šteger muestra que su excepcionalidad reside en el haber hecho una opción de lenguaje en una época en que el lenguaje agoniza. Y es paradojalmente esa agonía del lenguaje la que le otorga a El libro de las cosas y los cuerpos su desvelada consistencia. Su contrapunto es el triunfo absoluto del idioma del capital, esto es, del publicitario donde ninguna palabra nombra lo que nombra ni ninguna frase dice lo que dice ni ninguna imagen muestra lo que muestra (…). Entiendo entonces como en un sueño que la poesía es la última forma que toma la bondad para evitar ser destrozada. Un segundo antes de ser triturados por las bombas o ahogados por el volcamiento de las balsas en el Mediterráneo o ser descuartizados como los 43 estudiantes de Ayotzinapa, la poesía ocupa por un instante toda la superficie de la tierra. Antes de morir un cuerpo se transforma en un poema, después muere. Creo que ese es uno de los significados de El libro de las cosas y los cuerpos. Lo que lo hace un libro esencial dentro de una obra esencial es que está escrito entre las palabras y el aliento que las va formando.