El poder creador de Molière se manifiesta en todo su cénit en esta interesante obra, una Gran Comedia en prosa, perteneciente a la etapa de plena madurez de su genio, dominando con una maestría inusitada la comicidad y enseñándonos la verdadera esencia del teatro, por la que el autor, interprete y maestro de ceremonias, sentía una pasión abrumadora, que le hizo aprender su oficio desde abajo, saboreando todos los matices posibles de aquello que tanto delirio le provocaba. Toda una vida dedicada a aprender, a comprender, a estudiar aquel objeto de su pasión, en compañías itinerantes o teatritos ambulantes italianos, en salones al uso, entre sus correligionarios, a pie de obra. Molière aprendió muy bien su oficio y supo plasmar con maestría en sus creaciones todo aquello que había aprendido. Su teatro es el reflejo de su tiempo, pero al mismo tiempo lo es del hombre de todos los tiempos.