Querido René:
Acabo de releer La biblioteca en llamas.
Nunca antes había
visto tan bien acopladas esas dos formas de libertad y desgracia. Aquellos que se enfrentan, día tras día, a la «papilla de hierro» tienen en usted un pilar en el que apoyarse, una voz en la que reconocerse. Confieso que, antes de conocerle, podía prescindir de la poesía. Todo lo que se publicaba me parecía ajeno a mis preocupaciones. Sin embargo, desde hace diez años, llevo en mí un vacío, una oquedad que solo consigo colmar cuando lo leo a usted, y hasta rebosar.
Qué será de nosotros es una pregunta vana, ya nos
hemos convertido en lo que somos. Esto lo comprendo cuando le leo. Solo nos queda dar frutos, frutos que sean plenamente nuestros, aunque nos toque hacerlo en pleno invierno. Lo que sí importa saber es qué será de esta vida, al menos de lo que tiene de adorable. Con esto ya basta para sufrir. Tal vez seamos infelices, pero al menos no estamos privados de verdad. Esto no lo sabría yo solo. Sencillamente lo sé con usted.
Todo mi cariño,
A.C.