El grupo que toca en el escenario da pena, aunque el vocalista no parece un mal partido. La atmósfera oscura es la adecuada para ocultar la cicatriz en su rostro, la dolorosa marca de las cirugías a las que fue sometida de niña debido a su labio leporino y que la hizo merecedora del cruel apodo de Cara de Liebre. Su aire desinhibido y su cuerpo exuberante logran llamar la atención del cantante, de hermosos ojos azules pero cuerpo fofo y deforme. Es el elegido. Después de conversar un rato, ella lo lleva a su casa. Es curioso —piensa— que el narcisismo del hombre le haga creer que la iniciativa es suya, cuando no sabe lo que le espera…
Con profunda sordidez y humor negro, Cara de Liebre es un honesto relato de lo que nos cosifica; de la cárcel que supone el cuerpo y los mecanismos que inútilmente buscamos para cubrir lo que a los ojos de los demás nos vuelve monstruosos, pues «siempre queda algo, un vestigio, una marca que traiciona, que suele ser a veces más bochornosa incluso que el defecto en sí, real o aparente…».