Leer esta nueva creación de Paulo (es necesario llamarlo por su primer nombre: se siente como un amigo cercano) es una genuina experiencia mística e inolvidable. Es de esos libros que uno quiere conservar en la mesa de noche, muy cerca, para abrirlo tanto en los momentos de angustia, como en los instantes de felicidad; un amigo que resuelve dudas o que puede confirmar una intuición; que sabe lo que sientes, por qué lo sientes, y qué deberías hacer al respecto.
Nuevamente, el autor más famoso del mundo nos lleva con él en un viaje de descubrimiento, buscando la conquista más importante de todas: la de nuestro propio reino. En la entrañable trayectoria del Alquimista, recordándonos aquella peregrinación por el Camino de Santiago y ese exilio de 40 días en la soledad, la intensidad y la belleza del desierto de Mohave, en esta ocasión abordamos con él el Transiberiano y, a su lado, vamos encontrando en el pasado las respuestas a las preguntas que nos atormentan en el presente.
La novela es un encuentro con nuestros miedos y nuestros pecados; con nuestra eterna búsqueda de luz; con nuestra propia, humilde, grandiosa pero a veces inexplicable naturaleza, y con el pulso vivo de lo que fue y lo que será. Es una brillante, cautivadora
exposición de las debilidades humanas y de la grandeza de Dios que es, en muchas formas, nuestra propia grandeza. Es una novela de amor y traición, de valor y cobardía, de perdón y redención.
Enmarcado en el ambiente de la promoción literaria, que en sí resulta fascinante, narrado al desnudo, en primera persona, aceptando que es autobiográfico, el relato captura desde la primera página, y nos hace identificarnos con un hombre que pone sus debilidades y fortalezas sobre la mesa como para decirnos que a pesar de la fama y la bien merecida gloria, de ser un virtuoso de las palabras, no deja de ser un ser humano
como cada uno de nosotros, que piensa, anhela, sueña, ama, vive, teme, tiembla y respira para transitar por este Camino que constituye nuestro único ahora.
Como lectora de Paulo, me sentí impactada y conmovida por la descripción del mágico Aleph, al cual me había aproximado hace años de la mano de Jorge Luis Borges. Pero al llegar al final, al terminar la novela y durante el momento de reflexión, me di cuenta de que ese lugar sublime que reúne todas las vidas y los universos no sólo está en las páginas o en el título de este libro. En términos literarios, esta novela de Paulo Coehlo es, en sí misma, el Aleph.
Pilar Obón
