Desde una perspectiva histórica-comparativa, el capitalismo centroamericano –con excepción de la versión costarricense en algunos temas– ha fracasado rotundamente en al menos cuatro aspectos fundamentales: en la construcción de economías productivas, competitivas e integradas, en el logro del progreso social para la mayoría de la población, en el apuntalamiento de la democracia y en el cuidado del medio ambiente. Ahora que Centroamérica se encuentra en medio de la crisis socioeconómica más grave del presente siglo, que las secuelas de la pandemia del COVID-19 han profundizado la pobreza y la desigualdad y que la democracia se encuentra en grave riesgo, es tiempo de preguntarse con franqueza cuáles son las razones por las cuales el capitalismo centroamericano ha sido tan deficiente en estos aspectos fundamentales de la vida social y por qué pese a sus enormes y repetidas fallas –inadmisibles en cualquier país capitalista desarrollado– sigue funcionando con toda impunidad sin que los principales actores nacionales e internacionales –incluyendo la mayor parte de la academia y de la comunidad internacional– se atrevan a cuestionarlo abiertamente.
El éxito de las élites centroamericanas en construir un capitalismo a su medida y de sacar provecho de la globalización económica y de la profundización de la economía de mercado no es solamente mérito propio. Tiene que ver también con el papel que Estados Unidos ha jugado históricamente en la región, ya que con sus acciones y omisiones en la práctica se ha convertido en uno de los principales defensores y patrocinadores del capitalismo en Centroamérica y en el principal aliado de las élites económicas opuestas a la democracia y a la redistribución.
Si Estados Unidos realmente está interesado en contribuir a resolver los problemas de Centroamérica, debería revisar su política de alianzas con los actores centroamericanos, apoyando y fortaleciendo a aquellos que están a favor de la democracia, de una mayor justicia social y de la instauración de economías modernas, productivas y competitivas, y funcionando como contrapeso de los que se empeñan en mantener el statu quo y que se niegan a contribuir a financiar el desarrollo a través del pago de los impuestos, entre los cuales se encuentran buena parte de las élites económicas.