El mundo está lleno de prejuicios, incluso en lo que se refiere a la semántica. Hay palabras tabúes, casi prohibidas en el seno de la colectividad en que se habita. Hay palabras desconocidas, que cada individuo aplica o invoca según su sentido de la gramática o las reglas de la misma que recuerde. Así es como la palabra "fe" se relaciona, sobre todo, con la primera de las virtudes teologales, "que nos permite creer, aun sin comprenderlas, las verdades que nos enseña la Iglesia". La contradicción es manifiesta: el hombre no puede creer en una verdad que no comprenda; ni hay verdad, para el hombre, si previamente no la ha comprendido (comprenhendere, o sea, contener). De aquí que la voz "fe" adquiera, inmediatamente, la acepción de "confianza". Confiar en algo, pues, es distinto de tener fe en algo.
El hombre sin fe es el hombre sin confianza, sin seguridad, sin personalidad. No conoce la verdad porque no la asimila, y viceversa. Le falta ese tacto espiritual por medio del que enfilamos nuestra conducta hacia mares desconocidos, con la seguridad de surcarlos y vencer los problemas. A contrario sensu, el hombre sin ese tacto espiritual carece de fe y es mediocre. Opino que con esta interpretación se deja la fe en su sitio, no sólo asignándole el sentido católico (al que le guste) sino su verdadera relación con la filosofia y la conducta humanas.