Bacacay, dejando de lado por ahora los relatos del apéndice, está integrado por diez textos presentados en orden cronológico de escritura; el primero, “El bailarín del abogado Kraykowsky”, está fechado en 1926 y el último, “El banquete”, en 1946. Es interesante notar que ya el más antiguo de los textos incluidos reproduce el tono general que es dable descubrir en el libro: se nos ofrece una peripecia, una “trama”, pero la escritura parece más abocada a extrañarla que a ofrecerla con una lógica transparente o diurna, como si Gombrowicz se hubiese propuesto siempre un matiz de ilegibilidad (en el sentido en que, por ejemplo, Paris, de Levrero, es ilegible, o que Los cantos de Maldoror pueden ser pensados como ilegibles). Dicho de otro modo: ya el primero de los cuentos de Bacacay hace avanzar al lector a una velocidad incómoda, como la que surge del movimiento a través de un medio que ofrece un rozamiento inusitado. Y surge la pregunta, inevitable: ¿qué estoy leyendo?
Posiblemente este libro no se parezca a ninguno, si es que eso es posible; de todas formas, resulta sin duda más interesante buscar cercanías posibles. Por ejemplo, quizá el mencionado “El bailarín del abogado Kraykowsky” genere otro sentido si se lo lee junto a “El reparador de reputaciones”, de El rey amarillo (1895), el libro de cuentos de Robert Chambers que se volvió especialmente popular hace casi un año gracias a su incorporación a la serie de TV True detective. Acaso ambos textos compartan el mismo clima inquietante: entendemos qué estamos leyendo –sin duda hay al menos un personaje que está “loco”– pero no terminamos de encontrar qué se nos está queriendo decir; hay una clave cercana, que nos afecta o atrae, digamos, pero, parafraseando al Borges del prólogo a Otras inquisiciones, su revelación no se produce. El cuento, si bien se “entiende” en el sentido de asimilación de los hechos narrados, no es en rigor “comprensible”.