
- Editorial:
- DEL NUEVO EXTREMO
- Año de edición:
- 2012
- Materia:
- Novela histórica
- ISBN:
- 978-987-1021-85-7
- Páginas:
- 256
- Encuadernación:
- Epublication content package
ANTES DEL PRINCIPIO
MITOS GRIEGOS
ARIEL PYTRELL
Cuando me convocaron para escribir un libro sobre los griegos, di un respingo
de felicidad. Aun más, cuando me sugirieron que los relatos tuvieran un toque
de humor, me dije: ¡qué buena forma de rendir homenaje al espíritu de aquel
pueblo!. ¿Por qué digo esto? Porque la cultura griega me ha cautivado desde
muy temprana edad y, en especial, sus mitos, que funcionan como una plataforma
de acercamiento a aquella antigua civilización. Conocer, explorar, comprender
los mitos griegos es una actividad apasionante que nada tiene que ver con un
cúmulo de datos muertos, como podrían ser las estatuas decoloradas por el
tiempo, valiosas desde un punto de vista material y estético, pero aún más
desde un aspecto más sutil, si uno sabe remontarse con la imaginación y
devolverles vida: se abre un mundo maravilloso cuando, al contemplar un
monumento o leer un texto antiguo, uno recupera la montaña o el mar que fueron
paisaje viviente para los autores de ese monumento o aquel texto. Pensemos que
hubo alguien --alguien con piel tibia, con ilusiones, con necesidades y
miedos, en fin, alguien bien vivo-- que ha concebido estas narraciones y que
las sensaciones y enseñanzas se estibaron, unas sobre otras sobre otras sobre
otras, en lo más profundo de su alma, ¿no da vértigo considerarlo de este
modo? Hace ya algún tiempo --¡décadas, no centurias!--, mis padres me hicieron
el mejor regalo que puede recibir quien vive respirando en la imaginación y
siente amor por los pueblos del pasado: los cinco tomos de Historia del mundo,
de José Pijoan. No hace falta decir que los devoré con la voracidad del
famélico. Creo recordar que hasta me atraganté con alguna lanza o con algún
traidor reconocido o con alguna frase tan inextricable como la palabra
inextricable. Creo que la lectura de aquellos libros me fortaleció y me sirvió
para reconocer que nuestra generación --como toda generación-- es parte en
este devenir de pueblos y lanzas y frases inextricables. Pero mi alma quedó
"clavada" en la lectura de uno de esos tomos: ¡ah, los griegos! Allí aprendí
que aquellas magníficas estatuas, tan blancas las vemos como hoy, en realidad,
habían tenido muchos colores, pues aquellos artistas representaban el tono de
la piel, de los ojos, del cabello, de la ropa; y que todas esas obras de arte
formaban parte del paisaje cotidiano de hombres, mujeres, niños
y perros,
pajaritos, dioses, monstruos de mil caras, ninfas delicadas y cielos
turquesas. ¡Ah, los griegos! Es decir que, en su tiempo, las estatuas, como la
misma cultura que las había creado, expresaron lo más vivo, lo más cargado de
alma. Y esto constituyó un hallazgo, pues ya nunca más pude ver a los griegos
como un mero pueblo del pasado, "en blanco y negro": repintaba con mi
imaginación, aquellos hombres y mujeres y ciudades que ya no estaban sobre la
tierra y, de esta forma, revivía la tersura de las pieles, imaginaba los
modelos que habían sido hombres vivos, que habían tenido calor, sentimientos,
ideales. Aquel mundo del pasado se movía, estaba aún vivo: los griegos me
hablaban, las diosas me miraban, ¡y esto me llenó de felicidad! Cierto día
recordé que, en el colegio, había tenido un compañero griego, a quien la
maestra que nos enseñaba geometría le pedía que escribiera letras griegas en
el pizarrón: alfa, beta, gamma, delta
y sentía que se escribían sobre mi
corazón. Tiempo más tarde, cuando me escuché a mí mismo pronunciar mi primera
palabra en griego en el aula fría de una facultad, aquella misma sensación que
me habían producido las primeras letras me asaltó. Comprendí entonces cuán
importante es el idioma de un pueblo pues, además del universo sonoro que nos
trae el eco de sus voces, nos muestra una especie de radiografía de su alma:
la estructura de sus oraciones, la manera de narrar, los matices de
significados en una misma palabra, todo esto --y más, también-- nos muestra el
modo de concebir un mundo y de relacionarse con él. Por eso, luego de los
tomos de historia de Pijoan, siguieron otras lecturas: la de los mitos, los
cuentos de dioses, de ninfas, de héroes; lecturas de Ilíada y de Odisea, los
Himnos homéricos, la fascinación por lo órfico; y también siguieron los
trágicos y los líricos, y la lengua griega clásica, y los filósofos y las
comedias
¡Ay, ay, los griegos! En el caso específico de los mitos griegos, ha
corrido mucha agua bajo el puente. Pero, ¿qué es un mito? En principio, si se
pudiera explicar racionalmente el contenido de un mito original, dejaría de
ser mito y pasaría a ser otra cosa: psicoanálisis, filosofía, mitología,
crítica literaria, antropología. Hay algo en el mito que participa del
misterio, de lo inefable, es decir, aquello que no se puede pronunciar, porque
las palabras humanas no alcanzarían a mostrar la verdad que se esconde en su
interior. Digamos, entonces, que podemos ver al mito desde el aspecto formal
--es decir, literario-- y desde el aspecto de contenido --es decir, qué nos
quiere decir--. En el primer caso, la mayoría de los investigadores está de
acuerdo: un mito es un relato, un cuento, una narración. En este sentido, no
tiene la forma de un texto explicativo, lógico, sino que sigue las leyes
propias del cuento. Pero, ¿cuento de qué tipo? Aquí es donde hay
discrepancias, las cuales, aunque menores, plantean diferencias visibles. Los
mitos "puros" nos refieren a un orden anterior al actua